SESENTA MINUTOS
Hizo el viento de sus susurros espuma en olas que revolotean
a mis pies, sol fluorescente sobre el frio mar, serpentinas de color sobre
rostros playeros que se confunden con las lágrimas de mis recuerdos.
Sentada sobre arena caliente desfilan vidas ajenas que sobre
ella dejan las huellas que las olas acunan y borran. Junto a una toalla
amarilla juega un niño con palas invisibles bajo la atenta mirada de su madre.
Una pareja se da la mano protegida por la sombra de su amor,
con las toallas sobre sus hombros se besan. Dos cañas de pescar esperan sus
trofeos, solitarias, ancladas en la arena de pasos marcados.
Unos niños se asoman al precipicio marino y descalzos
corren, el agua está fría como el mes de noviembre. Los desagües de la civilización
estropean el paisaje, setas de cemento sobre arena húmeda. Un vendedor sin
prisa observa al niño sobre su toalla amarilla, ambos sonríen. Una frente se
protege del sol con la mano izquierda, quizás no deje ver con claridad el
futuro, deslumbrante o incierto de quien hace este gesto. Del aparcamiento
surge una pareja, se dan también la mano para comenzar su paseo matinal.
El mar, su brisa, su sonido, nos envuelven a todos, acaricia
rostros desconocidos y salpica cuerpos festivos.
Un perro corretea junto a sus dueños, feliz por su libertad,
sin correa, sin frustración. Se inmortalizan recuerdos en cámaras fotográficas
mientras un bebé en brazos de su madre encoge las piernas, el agua sigue
estando fría. Unos se van y otros vienen a una playa solitaria que recibe
visitas como solo unos brazos abiertos pueden hacer.
Miradas ausentes vigilan el horizonte.
Todo esto ha ocurrido en una hora de vida, en sesenta
minutos de quien observa sentada en una mesa con la compañía de la ausencia. Tu
ausencia.
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